miércoles, 15 de junio de 2011

Sean eternos los laureles que supimos conseguir

Oigan mortales el grito sagrado, libertad, libertad, libertad amarrada a las demandas del que manda, porque siempre la vaca fue ajena, acá solo morimos de pena, de sueños rotos, esperando condena. De calambres de hambre, envenenados por la pasta base, dejando herencia que no se deshace, se reproduce como una célula madre. De ciego, de sordo, de mudo, de pueblo, repetición, saturación, sumergido en el fondo del río aparecido con cemento en los pies.
Pero sierras y muros se sienten, retumbar con horrible fragor, el país se conturba con gritos de venganza de guerra y furor. En los fieros tiranos la envidia escupió su pestífera hiel, estandartes sangrientos levantan provocando a la lid más cruel.
Oigan el ruido de rotas cadenas, vean en el trono a la noble igualdad, que se caga de risa de vos, porque no puede creer que nunca te hayas puesto a pensar y no sepas que quien se sienta en el trono es rey. Y el rey es el hijo de Dios, y ese Dios nunca rezó por vos ni por nadie a tu alrededor, nunca cortó la ruta esperando un perdón.
¿No lo ves sobre México y Quito arrojarse con saña tenaz? ¿Y cual lloran bañandos en sangre Potosí, Cochabamba y La Paz? ¿No los ves sobre el triste Caracas, luto y llanto y muerte esparcir? ¿No los ves devorando cual fiera todo pueblo que logran rendir?
Sean eternos los laureles que supimos conseguir, sean eternos los fracasos que se supieron venir.

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